jueves, 8 de septiembre de 2011

¡Los caballitos Poni!

Hace poco, mi querida amiga Beqad, introdujo en mi entorno conceptual la idea del "Poni". Un poni es un hecho acontecido en la infancia, que vas arrastrando en tu adolescencia y que se consolida en el periodo adulto como un trauma u obsesión. Esta idea surge a partir de un corto, que yo no he podido ver, pero que venía a contar  eso que todos estáis pensando, que te pasas la vida pidiendo un pony para tu cumpleaños o para navidad, y al final tus progenitores, familiares o tutores legales no sólo no te traen el pony, sino que lo que te regalan es un "arganboy" heredado, con más años que el canalillo, sin ni siquiera limpiarlo un poco o envolverlo, con el consecuente trauma en tu vida adulta.
En este concepto y por lo que pude ver en su blog, este echo no tiene siempre que estar provocado por tus padres, pueden ser circunstancias de la vida, hechos concretos que ocurren y que la mente de un niño o niña interpreta y sin intención se marca (Aunque, no nos engañemos, muchos están propiciados por los padres... ¿Es una gran responsabilidad?... Sí. Si algún padre leyera esto y le molestase... Que se aguante, pero es la verdad. Se nota que soy profe, ¿a que sí?).

Tras la aparición de este concepto estuve pensando cuál es mi "poni"... Creo que hay dos hechos que marcan mi infancia y que configuran ciertas manías de mi yo adulto: Prestar las cosas y las cremalleras de los pantalones. Ya sé que queréis que empiece por esta última, pero... lo bueno se hace esperar.

Prestar las cosas:
Estando yo en mi primer colegio (de monjas), una compañera trajo al cole un día una muñeca de la saga "Tarta de Fresa". Una monada. ¡Qué colores! ¡Qué traje! ¡Qué gorro simulando una fresa! ¿Puede haber un juguete que atraiga más a un chico con mi sensibilidad? (Sí, un He - Man, no nos engañemos, pero de esos ya tenía en casa). A aquella compañera no la recuerdo antes de aquel día, pero desde entonces la convertí en mi mejor amiga. Porque no sólo trajo esta muñeca, sino que poco a poco, día a día, semana a semana, como si de un coleccionable se tratase, fue trayendo toda la colección: limones, fresas, ciruelas... ¡Cómo disfruté en aquel momento de la fruta!
Con la inocencia que da la infancia, un día me aventuré a pedirle que me dejase, no sólo una muñeca, sino toda su colección, para jugar un fin de semana yo solo en casa. Y mi amiga del alma, a la que siempre querré, y que no recuerdo ni su nombre ni, prácticamente, su cara, con la inocencia que da la infancia, me trajo en una bolsa del Corte Inglés (aquella de los triangulitos verdes y negros, con una manzana roja) todas sus muñecas, trajes, accesorios y vehículos.
Durante todo el día en el colegio, supe lo que era la felicidad. ¡Qué contento, madre mía! Creo que ese día aprendí más.
Pero todo cambió por la tarde. Cuando vi la cara de interrogante de mi madre, el brillo de mi ilusión se fue desvaneciendo. No era buena señal. Cuando se enteró de dónde venían las muñecas, flipó. ¿Pero cómo se te ocurre? ¿Y si se te rompen qué pasa? ¡Cada uno tiene que tener sus cosas! ¡Porque vaya responsabilidad! Y todo eso que os podéis imaginar. Lo peor de todo fue que mi madre, tras buscar a mi amiga del alma para devolverle las muñecas y descubrir que ya se había ido (cosa que yo sabía, pero que después de la regañina, no le iba a decir. Que se fastidie y que busque), me hizo cargar con la bolsa todo el camino hasta casa (por aquel entonces teníamos que coger metro y tren), para después no dejarme tocar ni un pelo de aquellas deliciosas frutas en todo el fin de semana.
Sinceramente, y observándolo desde la distancia, no se qué le dio más miedo a mi madre, si el que pudiera romper aquellas muñecas, o la constatación de que su hijo tenía otra forma se sentir.

Consecuencia: desde entonces me cuesta mucho dejar las cosas. Lo hago, pero sufro si tardan en devolverlo e imagino que puede pasar lo peor (que justo roben en la casa; que una panda de gremblins despiadados destrocen todo y por ende lo que he podido dejar; que sea la pieza clave para transmitir la potencia de un rayo hasta el delorean que pueda devolver a su tiempo a alguien, y ante este papelón, ¿cómo no?, se decida sacrificar aquello que presté... ¡Lo típico!)

Las cremalleras en los pantalones:
Siempre he sido muy alegre y parlanchín. Incluso de pequeño era mucho más activo y corretón de lo que soy ahora. Y mi madre la pobre, que se pasaba el día corriendo, subiendo y bajando de un lado para otro, de Fuenlabrada a Madrid, y de Madrid a Fuenlabrada, era la que sufría mis cotorreos, a la vez que intentaba que realizase las típicas rutinas del día a día.

Así un día, mientras me disponía a quitarme la ropa para meterme en la ducha, comencé a tontear, cantar, bailar y cotorrear como tantas otras veces. Que si Teresa Rabal, que si Parchis, que si la Bola de Cristal... Con la mala suerte de que aquel día la paciencia de mi madre había llegado a cotas insospechadas y se había marchado a tomas unas cañas al Benja (el bar de la urbanización). Por lo que rápidamente mi madre quiso quitarme la ropa y al llegar a los pantalones no se cómo lo hizo, pero me pilló "el pellejito" con el engranaje de cierre de la prenda en cuestión. No se si lo que pretendía era callarme, pero lo consiguió con un simple movimiento.
Mi madre ha sido muy rápida siempre en estos casos y ante mi cara de asombro y mi palidez, no se achantó y deshizo el entuerto en cuestión de segundos. De nuevo un movimiento rápido, sin tiempo a ruegos y todo libre de nuevo. De verdad que la "pillada" fue lo de menos. Lo peor fue entrar en la ducha con aquella herida. Porque no debemos olvidar, que todo aquello lo habíamos montado para que yo me metiese en la ducha, y después de todo no me iba a quedar yo sin higienizar. Sí, amiguitos y amiguitas, grité y mucho.

Consecuencia: Prefiero los pantalones de botones en la bragueta, los pantalones con elástico o los tailandeses, todos los que no tengan cremallera en la zona sensible. De hecho no es que los prefiera, es que si no son así, intento no comprarlos... Adolfo Dominguez mediante, claro está.

Pues bien, estos son mis dos grandes ponys. Es curioso esto de los ponys asociados a la pena, el trauma y los destinos fatales, ya que hay más gente que lo asocia a lo mismo, como es el caso de Hydrogenesse y su canción No hay nada más triste que lo tuyo.


Bueno, otro de mis ponys es el melón, que no se si lo sabéis, pero por la noche mata.


4 comentarios:

  1. Jo, yo seguro que tengo un montón de ponys, pero no se si lo sabes pero el negocio de mi familia es la represión, así que tendría que pasar años en terapia para que pueda empezar a desbloquearlos, en cualquier caso lo bueno de ser mortal es que pasados unos años te mueres y ya, imaginate ser inmortal y tener un trauma bloqueado, eso ahí dentro por los siglos de los siglos propiciando manías absurdas y consolidando una personalidad enfermiza y cruel...

    Mi punto de vista es "ahoga tus ponys, que la vida es muy corta y no es cuestión de que corran por ahí comiéndoselo todo"

    El lema de mi familia es "Nosotros no expresamos" o "Un Rilova siempre ahoga sus miserias"

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  2. Por el amor de Alanis Morissette (es decir, Dios)!! Qué vida más dura la tuya, y la parte compartida que me toca...
    Otro de vuestros lemas podría ser: "Si no lo hablas, desaparecerá". Menos mal que yo seré siempre un arrimado y no tengo por qué compartir vuestros lemas "norteños".

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  3. Mi familia es más bien de "¿Ponis? ¿Qué ponis?" mientras una manada de 30 o 40 minicaballitos se comen los sofás, los ficus, las cortinas... y yo pongo una terriblemente mala cara de póker y disimulo gintónic tras gintónic.

    ¿Nunca te he enseñado mi juego de té de Tarta de Fresa?

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  4. Creo que un día en tu casa pude ver a lo lejos, en lo alto de un mueble lo que parecía ser un juego de té de Tarta de Fresa, pero debido a mi poni no quise preguntar.

    No obstante, reconozco que de este suceso (el de la Srta. Fresa), nunca he hablado con mi madre, y seguramente ella lo esquive.

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